martes, 29 de noviembre de 2011
Para realizar cambios profundos en una empresa se necesita un programa eficaz dirigido a los empleados más influyentes
La adaptación empresarial a los
tiempos actuales implica, en muchos casos, cambios profundos que pueden llegar
a afectar en su totalidad a las organizaciones que los abordan. Culminar estos
cambios, no es tarea fácil; únicamente un tercio de las compañías han tenido
éxito. Para alcanzar este es fundamental que los cambios se enfoquen, en primer
lugar, hacia un determinado tipo de empleados de la compañía: aquellos que por
su función o su personalidad pueden influir en el resto. En muchos casos la
implantación de un nuevo programa de funcionamiento empresarial está abocada al
más estrepitoso fracaso porque los trabajadores no asumen, por inadaptación,
desconocimiento o desgana, la ejecución de las novedosas medidas.
Como ejemplo de lo anterior la
consultora McKinsey Quaterly publica en su web el caso de un banco europeo con
más de 6.000 sucursales que, para hacer frente a la imparable competencia
surgida, desarrolló un nuevo modelo de organización con el que pretendía
agilizar trámites y decisiones dotando de más poder y capacidad de decisión a
los directores de sus sucursales. La información pertinente se hizo llegar a
todo el personal para que este se adaptara al nuevo modelo al mismo tiempo.
Cuando más tarde, los altos
ejecutivos de la compañía evaluaron los progresos en la aplicación de las
nuevas medidas se percataron de que la mayoría de los empleados no había
cambiado su forma de trabajo. Por ejemplo, los directores de sucursales no habían hecho, en su mayoría, uso de sus
nuevas atribuciones encaminadas a simplificar los procesos en determinados
casos. Se trataba de obviar ciertos pasos, por ejemplo no tener que rendir
cuentas a los supervisores –sus superiores inmediatos-, para agilizar determinados procesos. Ni unos ni otros se
adaptaron al cambio y siguieron haciendo las cosas como antaño. En unos casos
por temor al error y en otros por desidia.
Este fracaso inicial empujó al
banco a cambiar su foco de atención y amplió su programa de cambios a aquellos
trabajadores que cumplían con las características comentadas al principio. Pero
también reforzó la confianza en los directores de las sucursales a los que
consideraba fundamentales en la aplicación de las nuevas medidas. Se aplicaron
un gran número de programas cada uno enfocado a las necesidades específicas de
la función desempeñada por el trabajador.
Posteriormente se discutieron en el banco las habilidades
comerciales en general que se necesitarían, por ejemplo, cómo determinar qué
productos o servicios eran los que más interesaban a sus clientes, cuál sería
la capacidad de crédito y cómo se abordaría la gestión de activos: Asimismo se tomaron en
consideración los principios básicos de
la calidad de los servicios y la satisfacción del cliente y se emprendieron
prácticas tales como la gestión de personas, las comunicaciones y el manejo de
conflictos para asegurarse de que serían capaces adaptarse al nuevo enfoque de
trabajo. El banco también ha creado una comunidad en línea donde los directores
de sucursal –piezas fundamentales del cambio-, pueden hablar de asuntos comunes
relacionados con estos cambios.
Un año y medio después la mejoría
era evidente en el banco. Aumentó el número de clientes en un 30 por ciento; la
venta de productos bancarios ascendió un 15 por ciento; el tiempo dedicado a la
toma de decisiones se redujo en un 25 por ciento y la respuesta positiva de los
clientes a las campañas de Marketing se duplicó. Ahora el banco dispone de un
considerable número de empleados en quien confiar capaces de liderar nuevos
cambios si llega el caso.
De la experiencia de este banco
se desprenden dos lecciones fundamentales que cualquier otra organización puede
aprender para abordar los cambios con éxito: Centrarse en las personas
fundamentales de la organización, como fue el caso de los directores de
sucursal, hasta hacerles comprender su importante rol y desarrollar un programa
integral de modo que sus objetivos estén perfectamente claros y que sea capaz
de generar vínculos entre las personas afectadas. De lo contrario, dice el
artículo de McKinsey, el fracaso está asegurado.
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