lunes, 28 de noviembre de 2011
¿Las obras filantrópicas deben abordarse como un negocio?
Curioso el debate planteado por The Wall Street
Journal. Para unos está claro que las obras de caridad y las acciones
filantrópicas han de abordarse como un negocio.
Es decir, puesto que existe una inversión se ha de esperar de ella resultados concretos y el máximo impacto. Puesto que es así como funcionan las empresas, así han de hacerlo igualmente las organizaciones de caridad financiadas por ciertas compañías o ciertos empresarios.
Es decir, puesto que existe una inversión se ha de esperar de ella resultados concretos y el máximo impacto. Puesto que es así como funcionan las empresas, así han de hacerlo igualmente las organizaciones de caridad financiadas por ciertas compañías o ciertos empresarios.
Otros, sin embargo, difieren
sustancialmente de tal forma de pensar. Para estos segundos, las cosas
funcionan de un modo distinto en el ámbito de las obras sociales. No han de
existir los fines de lucro y únicamente hay que pensar que se trata de ayudar a
los más necesitados sin esperar nada a cambio.
The Wall Street Journal ha abierto el debate y acoge en sus páginas dos interesantes opiniones a favor de una y otra postura. A favor de la primera se definen, Charles R. Brofnman y Jeffrey R. Solomon, presidentes de Andrea y Charles Bronfman Philanthropies,Inc. y a favor de la segunda, Michael Edwards, un destacado investigador del think tank Demos, dedicado fundamentalmente a asuntos sociales.
Bronfman y Solomon aseguran que
con las buenas intenciones no basta y que las obras filantrópicas, al margen de
su tamaño o cuantía, han de emprenderse como un auténtico negocio con su correspondiente
estrategia y con una gran atención a los resultados esperando el retorno de la
inversión.
Ambos, en su artículo de WSJ,
rechazan las opiniones contrarias a su tesis que aducen que tal sentimiento
empresarial perjudica la obra en sí en cuanto que significa desatender las
necesidades de los más necesitados en aras de unos resultados concretos e
insisten en que tiene que haber un equilibrio entre gastos e ingresos y, por
supuesto, han de rendirse cuentas de la inversión tal como sucede en una
empresa con sus accionistas.
Dicen ambos que son numerosas las
personas que se plantean su filantropía como inversores normales: recogen
datos, miden los resultados y se esfuerzan por mejorar el rendimiento de sus
obras caridad.
El defensor de la segunda opción,
Michael Edwards, señala en su artículo que es indudable que plantearse ciertas
obras de filantropía como un negocio puede ser útil en ocasiones pero no es
partidario de aplicarlo como norma general ya que ello iría en perjuicio de los
más necesitados.
Edwards defiende su tesis
recordando la razón fundamental de la práctica de la filantropía. Se trata,
arguye, de financiar determinadas obras que nunca serán apoyadas por los
gobiernos ni por los mercados. La colonización de la filantropía por las
empresas desvirtuará aquella y será mucho más difícil solucionar los problemas
realmente complicados si únicamente persiste el sentido del negocio.
El investigador social de Demos
asegura que aplicar a las obras sociales un rígido planteamiento de negocio
convierte la acción en ineficaz y antidemocrática. Y así, añade, la filantropía
se convierte en un mero ejercicio de contabilidad. Los donantes y filántropos
sin fines de lucro no son accionistas. Esta forma de actuar es la única que
puede conseguir que determinadas acciones filantrópicas mantengan su
independencia alejadas de la presión de ciertos grupos e intereses ajenos al
fin en sí mismo.
Edwards reclama atención y una
determinada forma de actuar para que la filantropía no se vea sometida a
rigurosos controles que impedirían aplicar medidas de apoyo para los cambios
sociales. Es algo por lo que deben velar las democracias. Finalmente, reclama
más humildad a los filántropos de mentalidad empresarial y un mayor respeto
para la filantropía tradicional y sin ánimo de lucro, tal como matiza en el artículo de WSJ.
Twittear |